jueves, 28 de junio de 2012

De natura religionum

En un sentido estricto, la palabra religión hace referencia a la relación trascendental existente entre dos unidades, concretamente, el hombre y las diversas concepciones de divinidad por él mismo propuestas.


Para efectos de su estudio, los especialistas han creado una serie de descripciones, más o menos complejas, con base en los rasgos comunes que presenta cada uno de los sistemas religiosos existentes. 

Cabe aclarar que los términos religión e iglesia suelen utilizarse de manera indiscriminada, aunque en realidad aludan a conceptos divergentes. 




La tipología de los sistemas religiosos propone una división general entre dos grandes paradigmas: las religiones teístas y las no teístas.

El teísmo se define como la aceptación conceptual de la existencia de un ser supremo de naturaleza metafísica que funge como creador, es decir una divinidad; mientras que la negación de este concepto no forzosamente deriva en una perspectiva atea, pues existen algunos sistemas de pensamiento religioso que rechazan el concepto de divinidad o lo asimilan otorgándole funciones menores, como metáfora de fenómenos naturales o estados mentales. 

Las religiones teístas se subdividen a su vez en tres grandes categorías: monoteístas, dualistas y politeístas; con base en el número y función de sus divinidades aceptadas, organizadas dentro de una jerarquía específica o Panteón.

Otra división aplicada a las religiones teístas se basa en la idea de revelación.

Las religiones reveladas se fundamentan en una verdad revelada de carácter sobrenatural desde una deidad o ámbito trascendente y que indica a menudo cuáles son los dogmas en los que se debe creer y las normas y ritos que se deben seguir.

Las religiones no reveladas no definen su origen según un mensaje dado por deidades o mensajeros de ellas, aunque pueden contener sistemas elaborados de organización de deidades reconociendo la existencia de éstas en las manifestaciones de la naturaleza.



martes, 26 de junio de 2012

Carlota de Bélgica, emperatriz de México


María Carlota Amalia Augusta Victoria Clementina Leopoldina, princesa de Bélgica, contrajo nupcias con  Fernando Maximiliano José María de Habsburgo el 27 de julio de 1857. Ella tenía 17 años y Maximiliano 25.

A esta pareja se encomendó el consolidar las aspiraciones coloniales de la corona francesa sobre suelo mexicano, empresa que concluyó trágicamente luego de que el dirigente del gobierno imperial se distanciara del conservadurismo francés. 



 La Regente del fallido Imperio Mexicano falleció a la edad de 87 años, en 1927, sesenta años después del fusilamiento del emperador, sorteando a un mismo tiempo soledad y demencia. 

Se dice que en su lecho de muerte la emperatriz de México murmuró; "Recordadle al universo al hermoso extranjero de cabellos rubios. Dios quiera que se nos recuerde con tristeza, pero sin odio ".