domingo, 10 de marzo de 2013

Ana Karenina, plenitud y vigencia



Dentro de las más destacadas muestras de la narrativa europea durante la segunda mitad del siglo XIX, dos novelas terminaron por convertirse en verdaderos arquetipos de la literatura de adulterio: Madame Bovary, de Gustave Flaubert, publicada en su versión definitiva en 1857, y Ana Karenina, de Liev N. Tolstoi, que viera la luz en 1877.



Sin embargo, más allá de las semejanzas y divergencias existentes entre ambas obras -el desarrollo de lo que hoy llamaríamos una historia de amores adúlteros sofocados bajo el peso de las reglas sociales imperantes, el retrato social de la ya consolidada burguesía francesa y la casi profética representación de los últimos tiempos de la aristocracia de la Rusia de los Romanov- la novela del célebre escritor ruso cuenta con características narrativas particulares que la distinguen de la obra maestra de Flaubert. 





Quien preste atención a la importancia de los epígrafes podrá constatar que la cita bíblica utilizada en el texto de Tolstoi sirve como guiño para indicar que el verdadero protagonista de Ana Karenina es Constantin Dmitriévitch Levine -cuya historia se integra dentro de la trama de la novela bajo la técnica del contrapunto- y que el manejo argumental que se centra en la tormentosa relación entre Ana y Vronsky es solamente un recurso que sirve como marco a su evolución como personaje principal. 



El correcto empleo del paralelismo y del contraste, la perfecta elaboración de los personajes y el manejo mesurado y efectivo de los recursos simbólicos, tanto en la construcción argumental como a niveles de lenguaje, han servido como elementos determinantes para entender el fenómeno de popularidad, aceptación y vigencia que esta obra mantiene hasta nuestros días.





Si el recurso de interpenetración entre las artes puede utilizarse como punto de referencia para medir los niveles de calidad existentes en una obra literaria, resulta destacado el mencionar que la novela del venerable escritor de Yásnaia Poliana se ha caracterizado por ser una de las piezas que más adaptaciones han tenido desde la invención del séptimo arte, entre las que destacan las protagonizadas por Greta Garbo y Vivien Leigh -bendecidas aún por la melancólica fotografía del cine en blanco y negro-, la insuperable de Sophie Marceau; y la más reciente, dirigida por Joe Wright, en donde se puede ver a una Keira Knightley cada vez más madura, alejada del falso oropel de las historias de piratas y en la que el magistral manejo escénico hacen pensar en un acercamiento al texto casi digno de Shakespeare, en donde los diferentes niveles de realidad son manejados teatralmente y como parte de un mismo escenario.


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