martes, 3 de septiembre de 2013

El cinematógrafo, fruición y hechizo de la imagen animada

Aunque el rastreo de sus elusivos y contradictorios orígenes ha provocado polémicas y nutridas discusiones, se ha logrado aceptar la convención que afirma que la realizada el 28 de diciembre de 1985 en el exótico Salon Indien del Grand Café ubicado en el Boulevar des Capucines número 14 de París fue la primera exhibición pública y de pago de una película.

Habilitada originalmente con cien asientos -cuyo precio valía la módica cantidad de un franco- el visitante de esta novedosa sala de proyecciones podía disfrutar de la exhibición de 12 películas cortas que en su conjunto duraban alrededor de 30 minutos. 



Con motivo de una firme convicción por parte de los hermanos Lumière que aseguraba que su controvertido descubrimiento carecía por completo de futuro, el perfil de sus primeros materiales cinematográficos era de corte naturalista y exclusivamente documental.  








De este modo, la llegada del tren a la estación de Ciotat, la salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir, postales en movimiento de la vida cotidiana de París o de algunos bañistas en la playa fueron las primeras películas presenciadas por los espectadores de esta novedosa y desconcertante realidad visual que se encontraba a caballo entre la ciencia y el arte.

Y aunque los resultados económicos del primer día de función parecían conceder razón a los pronósticos de los Lumière -sólo se lograron vender 33 entradas-, tres semanas después las ganancias diarias ascendían a los 2000 francos.




A pesar de que la historia del cine no había hecho más que despuntar, serían necesarios tan solo unos cuantos meses para que las obras cinematográficas realizadas por los pioneros del cine comenzaran a narrar, mediante el uso de recursos visuales, historias ubicadas dentro del terreno de la ficción, elemento que distingue a la mayoría de las cintas exhibidas en las salas de cine hasta nuestros días. 







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